Tribuna de opinión

La peluquería es moda, ya no es sólo higiene

Gonzalo Fuster - Fabra, abogado22/05/2023
La peluquería ha dejado de ser ese sector esencial que buscamos en la época del COVID para convertirse en otro negocio. La peluquería de subsistencia, esa que montaba cualquier aprendiz más a menos arriesgado para dejar de trabajar a las órdenes de su jefe, no tiene futuro. Esa peluquería creció a la sombra de una sociedad muy diferente a la actual. A una sociedad que no se lavaba el pelo o afeitaba en casa y recurría a un servicio higiénico para disfrutar de un peinado que se mantuviese en el tiempo hasta su próxima visita, de semana en semana.
Gonzalo Fuster - Fabra, abogado
Gonzalo Fuster - Fabra, abogado.

El COVID y la desastrosa gestión con la gente mayor hizo desaparecer el resquicio de hombres y mujeres que seguían manteniendo la vieja tradición de acudir al salón en busca de ese concepto más próximo a la higiene personal que a la moda, a las tendencias marcadas por las redes sociales, a los famosos y a los líderes de opinión.

El que apueste por esa peluquería en extinción es como aquel que pretende montar un videoclub en los años en los que no hacen más que crecer plataformas que están matando el cine y el teatro, acontecimientos que en su momento implicaba quedar con tus más allegados para disfrutar en compañía de un estreno singular.

La peluquería apunta hacia otro mercado, hacia otro consumidor. La voracidad a la hora de consumir ha marcado nuevos cánones en nuestros comportamientos y deseos. Queremos las cosas de forma inmediata, exigiendo calidad y servicio, sin importarnos tanto el precio que vayamos a pagar sí obtenemos aquello que hemos pensado poco tiempo antes.

Es el mundo de las redes, el de aquí y ahora, el de panfletos y dogmas lanzados desde la clase política seguidos sin reflexión por una mayoría que no los cuestiona y otra que los critica, muchos de ellos por afinidad, miedo a ser criticado o tachado de retrógrado.

Lo que no se vende no existe y en esta profesión somos extraordinarios trabajadores, pero no sabemos hacer de nuestro mercado una industria. Seguimos esculpiendo en cada cliente nuestra más excelsa creatividad sin reparar en si el precio que vamos a cobrar es rentable o lo estamos costeando con cada trabajo, para que al final nos quede una miseria que abonaremos en impuestos cada vez más voraces y en suministros básicos a precio de oro.

Nuestras consumidoras van a venir como máximo 4 veces al año a nuestros salones, eso hace inviable que sigan existiendo 50.000 salones en España. No hay tanta visita para tanto salón. El hombre viene más porque aún no hemos regresado a la moda de los cabellos largos, pero acabará pasando.

Los salones deben convertirse en templos de belleza y vender terapias, tratamientos y rituales. La peluquería tradicional no hace más que perder peso en nuestras facturaciones, lo ganan los trabajos técnicos y los tratamientos.

Al mismo tiempo servicios y terapias para la pérdida de cabello empiezan a hacerse en centros de estética, mucho más inquietos en la búsqueda constante de nuevos conceptos y activos, dejando escapar parte del negocio que en puridad deberían mantenerse en los salones de peluquería.

Los consumidores saben hacia dónde van y si no lo saben, quieren consumir con celeridad aquello que les preocupa.

¿A dónde va nuestro sector?

Hay una frase que ejemplifica de una forma muy gráfica nuestra realidad y es que “si no sabes dónde vas, cualquiera te puede llevar allí”.

Nuestro futuro pasa por generar industria a través de un mercado basado en un oficio, marcar y definir moda desde dentro de la profesión y trasladarla al mercado para ser reconocidos de una vez por todas como escultores de la personalidad de cada uno de nuestros clientes.

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